Y por fin llegó el ansiado día. Salimos de casa rumbo
Londres.
Llegamos en coche hasta la M-40, seguimos por la M-13 y, pasado el
peaje de salida, tomamos la dirección 'Salidas'. Tras atravesar el control de
peaje de entrada a la T4, vamos dejando la terminal a la derecha, hasta llegar
al control de salida.
Tomamos el carril de la derecha, dirección Burgos, seguimos
por la derecha, y en la rotonda torcemos a la derecha.
Aquí seguimos las indicaciones hasta el aparcamiento.
Aparcamos el coche, anotamos el número de la plaza donde lo habíamos
dejado, y fuimos a la recepción del aparcamiento.
Allí entregamos la hoja de la reserva de aparcamiento, que
llevábamos imprimida, y nos dieron un resguardo que habría que conservar para
recoger el vehículo.
Conviene recordar bien donde lo guardáis, ya que aunque lo
necesitaréis tan sólo dentro de una semana, después de tantas emociones, puede
resultar difícil encontrarlo, y sin él no os dejarán recoger el coche para regresar a vuestra casa...
Nos montamos en el microbús,
que nos llevó de inmediato a la terminal 4 de Barajas.
Este fue quizás el motivo principal
de escoger este aparcamiento entre otros muchos: que te llevan de inmediato al
aeropuerto. En otros casos, en las webs respectivas indican que la frecuencia de los traslados
es entre 15 y 30 minutos.
Ahora había que hacer el check-in. Lo podíamos haber realizado
a través de internet, pero dado que hacía tiempo que no viajábamos en avión,
preferimos realizarlo de forma manual en el aeropuerto.
Allí mismo, había dispuestos un montón de terminales
automáticos para realizar el check-in, pero por los mismos motivos nos
decidimos por el procedimiento del siglo pasado: acudir al mostrador.
Craso error, porque debido a ello nos asignaron asientos no
contiguos. Así que ya sabéis, conviene meterse 24 horas antes en la página de
internet de la compañía aérea para reservar los asientos que prefiráis, y poder ir todos juntos.
Facturamos el equipaje, pasamos el control policial, y nos
fuimos a la zona de espera. Aquí conviene recordar que consultéis en la página web de la
compañía aérea las dimensiones y pesos máximos permitidos para las maletas a facturar, así como los objetos
que permiten llevar en el equipaje de mano, ya que si no podríais tener
algún problema en los controles policiales, o sufrir un retraso en el paso por los mismos,
lo cual puede ser frustrante si llegáis con el tiempo justo.
Enseguida salió en los paneles informativos el número de nuestra puerta de embarque. Si
bien no nos tocó desplazarnos hasta la terminal T4S, lo cierto es que la puerta
estaba bastante alejada de donde nos encontrábamos. Así que tuvimos que andar
bastante hasta llegar a la misma.
Embarcamos. Y una vez ubicados en nuestros asientos, le comentamos a la tripulación la posibilidad de
cambiar nuestros asientos.
Cuando habían embarcado ya todos los pasajeros, consiguieron
sentarnos juntos de 2 en 2. Desde aquí quiero enviar un mensaje de
agradecimiento y felicitación a la tripulación, que fue tan amable y eficiente
de conseguir que fuésemos todos juntos. Y a los pasajeros que consintieron en
cambiar su asiento.
De esta forma los adultos ya no pasaríamos miedo en el despegue,
ya que todos íbamos acompañados de un niño...
El avión despegó sin sobresaltos y, a pesar de que hacía un
sol de justicia, y una temperatura cercana a los 40 grados en Madrid, enseguida el suelo
se cubrió de nubes, que no nos abandonarían hasta el momento del aterrizaje.
Llegamos a los cielos de Londres a la hora prevista, y allí
el avión tuvo que dar un par de vueltas hasta que la torre de control permitió
el aterrizaje.
Mientras tanto, podíamos comprobar desde el aire la inmensa
extensión de la ciudad de Londres.
Vislumbramos desde el aparato los jardines de Hyde Park y
Holland Park, y todo el oeste de la capital, hasta que el avión tomó tierra en
Heathrow.
Bajamos del avión, y tuvimos nuestro primer contacto con la
lengua de Shakesperare, cuando tuvimos que pasar el control de aduanas.
Mostramos los pasaportes y tuvimos una de las pocas
decepciones del viaje. Le pedimos a la oficial que nos atendió que nos sellase
el pasaporte, y nos comentó que no ponían sellos.
Como hacía un tiempo que no viajamos al extranjero, no sé si
ya no ponen sellos en ninguna frontera, o sólo allí.
Seguimos nuestro recorrido por el aeropuerto de Heathrow en busca de nuestros
equipajes. Consultamos unos panales donde indicaban en qué cinta
aparecerían nuestras maletas, y fuimos hasta allí.
Una vez recogidas, nos preparamos a afrontar nuestro segundo
contacto con el inglés.
Nos dirigimos a la oficina de información de los
transportes de Londres que hay en el mismo aeropuerto, como bien nos había indicado un amigo nuestro que había viajado hacía un año.
Allí compramos la Oyster, cargamos la Travelcard, así como
un dinero adicional para el trayecto en metro desde Heathrow hasta el centro de
Londres (el aeropuerto está en la zona 6 de los transportes, por lo que la Travelcard para las zonas 1 y 2 no nos permitía llegar hasta el centro).Y lo pagamos todo con tarjeta, mostrando tan solo el DNI. Todo esto conviene que lo consultéis con anterioridad en la web de transportes de Londres. En función del número de viajeros, su edad, y el tiempo que vayáis a estar en Londres, os convendrán unas tarjetas y otras.
Hay otras formas de llegar a Londres (tren de cercanías,
autobuses, etc.). Pero dada la ubicación de nuestro hotel, el metro era la
opción más económica, práctica y directa.
De hecho, como la línea que sale desde la terminal 4 de
Heathrow es la Piccadilly, que atraviesa toda la ciudad de oeste a este, puede
ser la opción más práctica de llegar a vuestro hotel en la mayoría de los
casos.
Además, al ser comienzo de línea, te aseguras ir sentado
durante el trayecto (que hasta el centro de Londres es casi de una hora).
Así que cogimos el acceso al Underground y tomamos el metro. Para
pasar con las barreras con los niños, hay 2 opciones. La primera de ellas,
menos aconsejable, es utilizar las barreras normales, pasando nuestra Oyster card por encima del lector amarillo.
Dado que el tiempo que dejan para atravesar las barreras es mínimo, tienes
que pasar con el niño muy pegado, para que no se cierre mientras estás pasando y
te dé un ligero golpe.
Hay vigilantes en todas las entradas, pero ninguno te pondrá ninguna pega
por hacerlo así. Más que vigilantes, debería referirme a ellos como
'ayudantes', ya que son muy amables.
La segunda opción, más aconsejable, es la de utilizar la barrera para
discapacitados, que hay en gran parte de las estaciones. Se trata de unas
barreras con mucha más amplitud, y que tardan más en cerrarse.
Una vez montados en el metro (sorprende la alta frecuencia de los trenes en todo Londres),
atravesamos los barrios periféricos de la campiña inglesa del oeste Londres, viendo desde el metro numerosas casitas
típicas inglesas, con multitud de zonas verdes, hasta que finalmente
abandonamos la superficie y el metro se interna en el subsuelo de la capital.
Tras una hora, descendemos en la estación de King Cross-St. Pancras, y
tomamos la línea Northern hasta la estación de Old Station.
Nos bajamos, seguimos las indicaciones de way out (hay que reconocer que la señalización del metro londinense es bastante buena, hay carteles indicadores y planos por
todas partes), y tomamos contacto por
vez primera con nuestro ansiado Londres.
Reconocemos la plaza de Old Street gracias a nuestras
previas visitas virtuales a la misma a través de Google Earth, cuando buscábamos establecimientos cercanos al hotel donde poder desayunar o cenar, y nos encaminamos hacia el
hotel, a escasos 100 metros de distancia de la boca del metro.
La habitación estaba muy bien. Mobiliario nuevo, cuarto de baño espacioso y
limpio, y armarios sin puertas (estilo inglés).
Había una cama de matrimonio, y dos camas supletorias para los niños. Ello
no dejaba demasiado espacio para moverse, aunque sí el suficiente para el uso
que le íbamos a dar a la habitación.
Abandonamos las maletas en la habitación, y salimos corriendo a la calle, para aprovechar
lo que quedaba de tarde.
Justo delante de la puerta del hotel estaba la parada de la línea de autobuses que nos iba a llevar cerca de Covent Garden. Mientras llegaba el autobús, estuvimos mirando los planos e indicaciones de las distintas líneas, y hay que reconocer que son bastante explicativas y fáciles de entender. La red de autobuses de Londres es bastante extensa, cuenta con numerosas paradas y líneas, gran parte de las cuales pasa por Trafalgar Square, y la frecuencia de paso es bastante alta, por lo que resulta un medio de transporte muy útil para los turistas. Además, al parecer en las taquillas del metro facilitan un mapa con las distintas líneas, aunque esto no lo llegamos a comprobar.
Pues bien, tras pocos minutos de espera, era la hora de montar en un 'double decker', los famosos autobuses rojos de 2 plantas, uno de los símbolos de la capital británica. Funcionan desde 1829 (al principio tirados por caballos), y surgieron con la idea de ahorrar gastos en conductores. Su color (igual que el de las cabinas telefónicas) obedece a simples criterios de visibilidad, muy importantes sobre todo en invierno, cuando la niebla se instala sobre la ciudad.
Viajamos de Old Street hasta Aldwych Square, disfrutando de cada detalle que veíamos por las ventanas: las típicas cabinas telefónicas, la circulación por la izquierda, las bellas avenidas y los extraordinarios edificios de cuatro plantas que pueblan toda la extensión de Londres.
Hay que tener cuidado con prever a tiempo la parada donde hay que bajarse,
ya que se necesita un tiempo para bajar al piso de abajo, y a lo mejor se te
pasa la parada.
No obstante, la circulación no es excesivamente fluida, y además los
conductores suelen ser bastante permisivos con los viajeros turistas
despistados. Además, y a diferencia del metro, las paradas de autobús están
bastante próximas unas a otras, por lo que un despiste tan solo os costará un
paseo de unas decenas de metros.
Nos bajamos en Aldwych, y desde allí nos dirigimos a Covent Garden.
A pesar del extraordinario ambiente que había en Covent Garden, tuvimos suerte y conseguimos sentarnos en una terraza en la misma plaza, frente al Museo de los Transportes de Londres. No figuraba dentro de nuestros planes visitarlo, a pesar de que dicen que los niños se lo pasan bastante bien en él. Si estáis interesados, podéis visitar este enlace.
Pudimos comprobar que el reformado mercado de abastos contiene en su interior numerosos establecimientos de restauración en los que reponer fuerzas.
Éstas van a ser necesarias para admirar los puestos ambulantes del mercado, las originales actuaciones de distintos artistas alrededor del mercado, o la multitud de tiendas que rodean la plaza.
Abandonamos Covent Garden, y a escasos metros encontramos un lugar donde cenar: Maxwell's, un restaurante de
comida americana. Una vez consumidos los refrescos
mientras esperábamos el encargo realizado, y dada la ligera tardanza en servir
la comida (estaban un poco desbordados, ya que celebraban su 4 de julio, día de la Independencia), pusimos a prueba los conocimientos adquiridos previamente al viaje.
Solicitamos una 'jar of tap water', que nos sirvieron de inmediato. Una
jarra con agua 'del grifo', que se puede beber sin ningún temor a adquirir
ninguna enfermedad estomacal, y que los camareros de todos los bares, pubs y
restaurantes sirven amablemente y de forma gratuita, con hielo y un trocito de
limón.
Tras la cena, paseamos por la calle comercial de Neal Street, llegamos hasta la plaza de Seven Dials
(Volveríamos días más tarde para encontrar la séptima esfera del reloj,
invisible a estas horas), bajamos por St. Martin Street,
hasta llegar a Trafalgar Square.
Ya era de noche, y en un principio nos desilusionó un poco la escasa
iluminación de la plaza, no así de la National Gallery y de St. Martin in the
Fields.
Hicimos unas cuantas fotos, y decidimos dar por concluido nuestro primer medio día en Londres,
regresando en metro hasta el hotel.