Amanece cerca de las 5 de la mañana (hora local, a la tabla de al lado hay que quitarle una hora). Afortunadamente, las
cortinas de la habitación son lo suficientemente tupidas como para no dejar
entrar los rayos de sol, así que nos levantamos aún con el horario continental.
No obstante, habrá que irse adaptando poco a poco los horarios londinenses.
Bajamos a desayunar al comedor del hotel. Habíamos
contratado el desayuno junto con la estancia, ya que nunca sabes si habrá
sitios cerca del hotel para desayunar, más aún cuando viajas con niños.
Nos encontramos con un desayuno variado: desde el desayuno
continental, hasta las típicas baked beans, pasando por las más habituales
tostadas con mantequilla y mermelada, los cruasanes, la fruta, los cereales o
los yogures ecológicos. Sin duda, habíamos acertado al contratar el desayuno en
el hotel.
Hoy comenzaremos visitando el Museo de Historia Natural (ver enlace).
Como quiera que vamos a ver distintos museos a lo largo de estos días, nos
resultó oportuno empezar por uno que pudiese resultar atractivo para los niños,
con el fin de que no les cogieran manía desde un principio.
El esquema de todos los días iba a ser muy parecido al de hoy. Por la mañana íbamos a aprovechar para visitar los museos, y por la tarde daríamos paseos por calles y jardines. En primer lugar, porque por las mañanas los niños están más 'frescos' y despejados, e iban a asimilar mejor las 'tediosas' visitas a los museos. Y en segundo lugar porque en Londres casi todos los museos cierran entre las 17:00 y las 17:30 horas, por lo que resulta difícil hacer una visita completa a los mismos después de comer.
El esquema de todos los días iba a ser muy parecido al de hoy. Por la mañana íbamos a aprovechar para visitar los museos, y por la tarde daríamos paseos por calles y jardines. En primer lugar, porque por las mañanas los niños están más 'frescos' y despejados, e iban a asimilar mejor las 'tediosas' visitas a los museos. Y en segundo lugar porque en Londres casi todos los museos cierran entre las 17:00 y las 17:30 horas, por lo que resulta difícil hacer una visita completa a los mismos después de comer.
Así que tomamos la línea de Piccadilly y nos bajamos en
South Kensington. Dentro del metro, seguimos las indicaciones que hay para
llegar al museo, recorriendo varios interminables túneles, que también enlazan con el museo
de Ciencia y con el Museo de Artes Decorativas.
Por fin subimos a la superficie y nos encontramos de frente con el magnífico edificio que alberga el Museo. Si el exterior es así de bonito, el interior no podía defraudarnos.
Por fin subimos a la superficie y nos encontramos de frente con el magnífico edificio que alberga el Museo. Si el exterior es así de bonito, el interior no podía defraudarnos.
Había una pequeña cola para acceder a él, a pesar de que era temprano, pero comprobamos con agrado que avanzaba bastante rápidamente.
De hecho, la cola se debe al pequeño control de seguridad
que realizan sobre los bolsos, ya que la entrada, como en gran parte de los
museos londinenses, es gratuita, y ello hace que la entrada del público al museo sea más fluida. Aprovechamos el control para preguntar si era
posible hacer fotos en el interior. Nos contestaron que ‘plenty’, que podíamos
hacer todas las que deseáramos. En realidad, esto es algo habitual en la mayor
parte de los sitios que visitamos, lo cual nos satisfizo enormemente.
Una vez dentro, atravesamos rápidamente el magnífico patio
central, y nos dirigimos directamente a la sala de los dinosaurios, ya que
habíamos leído que normalmente se formaban grandes colas para entrar en esta sección, por ser quizás la más espectacular.
Sin embargo, no sé si porque era primera hora o por qué, pero lo cierto es que
accedimos sin problemas.
Esta gran sala es quizás lo mejor del museo. Espectaculares
esqueletos de dinosaurios, garras, dientes, cráneos, patas diseccionadas y
reproducciones móviles a escala natural.
Y no podemos olvidarnos del continente: el magnífico
edificio que alberga el museo, y cuyo esqueleto de columnas y vigas no
desmerece el de sus vetustos habitantes.
En esta sala estuvimos cerca de una hora, tanto por el
interés que suscitaba en los pequeños como en los mayores.
Posteriormente nos dirigimos a la sala dedicada al cuerpo humano.
Aquí encontramos numerosos terminales informáticos que los niños acapararon con
fruición. Una vez que conseguimos despegarlos de sus pantallas hipnóticas, nos
dirigimos a visitar el resto de la sala, hasta que llegamos a unos divertidos
espejos deformantes que hicieron las delicias de los niños.
Abandonamos la sala, y atravesamos una serie de secciones
con un formato de exhibición más decimonónico. En una serie de vitrinas se
exponían mamíferos, aves, etc., algunos de ellos realmente insólitos, hasta que
llegamos a la estancia donde se encuentra la gran ballena azul.
Se trata de otro punto del museo que no hay que perderse. Una ballena azul de dimensiones descomunales ocupa casi todo el espacio, empequeñeciendo con su presencia a los grandes mamíferos y otros animales marinos que se exponen a su alrededor.
Dado el cansancio físico y mental de los niños, optamos por
recorrer a buen paso otras estancias, también dispuestas en formato antiguo
(insectos, aves).
Subimos al primer piso a través de una original
escalera mecánica, y encontramos allí una extraordinaria y vistosa colección de
minerales y piedras preciosas, convenientemente expuestas, que nos reconfortaron
de nuestro cansancio.
Lástima que la sección donde simulan los terremotos
estuviera cerrada por obras de mantenimiento, ya que dicen que es otro de los
puntos ‘calientes’ e imprescindibles del museo.
Concluimos de esta manera la visita, atravesando nuevamente
el extraordinario patio interior y salimos a la calle.
Era hora de buscar un sitio para comer. Nos dirigimos por la
calle Exhibition Road, y al atravesarla descubrimos
numerosos establecimientos de restauración. Finalmente nos decantamos por un
italiano en Thurloe Street, donde comimos
excelentemente.
Ahora caminamos por la magnífica avenida de Brompton Road, centro
comercial del barrio de South Kensington, hasta que llegamos a Harrod's.
Dada la composición de nuestro grupo (4 adultos y 4 niños),
decidimos muy a nuestro pesar ir directamente a la planta 4ª, donde creíamos
que se hallaba la sección de juguetes. Aunque una vez allí, nos dirigieron
hasta la planta tres, que es donde están ubicados actualmente.
La mejor definición de la sección la dio uno de los pequeños: ‘El
paraíso de los juguetes'. Sin duda, esta descripción encaja perfectamente con
la exposición de juguetes que allí vimos. Lamentablemente, aquí no se podían
hacer fotos.
Tuvimos a nuestro alcance juguetes y cacharros que
tardaremos un par de años en verlos masivamente distribuidos en las tiendas de
todo a un euro, pero que lograron sorprendernos: mini aparatos voladores, nieve
artificial... Me imagino cómo debe ser esta planta justo antes de Navidad.
Salimos de los almacenes, y nos encaminamos en dirección a
Hyde Park. En el camino, nos topamos con la tienda de McLaren, con un fórmula 1
expuesto en el esparate, y echamos unas fotos.
Una vez en Hyde Park, atravesamos las pistas para los
caballos y nos acercamos al lago Serpentine, buscando un sitio donde tomar un
refresco que nos aliviase del calor que estábamos pasando.
Tomamos asiento en una terraza próxima al lago, y una vez
hidratados, proseguimos nuestro camino hasta el embarcadero, donde consultamos
los precios y los distintos tipos de embarcaciones disponibles (puedes hacerte
una idea en este enlace).
Dado que las barcas eran de 6 plazas, decidimos dividirnos
en dos grupos: los niños y las aficionadas a los deportes acuáticos alquilaron
una embarcación a pedales por una hora. Un relajante paseo en barca entre
cisnes, patos y otras aves acuáticas que no conseguimos identificar.
El resto de la expedición dimos un paseo hasta el memorial
de la princesa Lady Diana, situado en la parte de Hyde Park denominada
Kensington Gardens. Para ello seguimos un camino que nos llevó a la estatua de
Peter Pan, a la que fue difícil hacer una foto sin que hubiese algún niño a su
lado.
Y de regreso, dimos la vuelta por el otro lado del lago, pasando por el Lido, una cafetería con unas preciosas vistas al lago Serpentine.
A lo largo de este paseo, pudimos comprobar la distinta
utilidad que se le da en Londres a los parques, respecto a otros países. Aquí
todo el mundo accede libremente al césped, ya sea para tumbarse a tomar el sol,
para sentarse a leer o comer, para jugar, todo ello de una forma gratificante y
respetuosa con el medio ambiente. Difícilmente encontraremos un papel, una lata
de refresco, o cualquier otra basura abandonados en el césped.
Una vez reunificado el grupo, era hora de dejar Hyde Park.
Buscamos los servicios públicos del parque en uno de los numerosos paneles
informativos (aquí puedes ver un plano del parque) que hay en éste y en el resto de parques de la ciudad, y
comprobamos agradablemente su estado de limpieza (nada que ver con los urinarios públicos a los que estamos acostumbrados).
Antes de salir del parque nos encontramos con un árbol muy
curioso, bajo el cual los niños pasaron un buen rato, e igualmente se divirtieron con las ardillas que
salieron a nuestro paso.
Al parecer, hay cierta animadversión de los londinenses
respecto a estas ardillas, de procedencia americana, y que están sustituyendo a
las ardillas autóctonas, menos simpáticas y sociables.
Salimos del parque por el noreste, donde nos encontramos con la arcada de entrada a High Park, el memorial a los Machine Gun Corps y el Arco de Wellington, y nos dirigimos hacia Piccadilly Street.
Cruzamos la calle Constitution Hill desde la que se vislumbraba Buckingham Palace, a través de un paso de cebra
donde había un semáforo para jinetes,
y nos tropezamos con un bonito memorial de las fuerzas aéreas (RAF).
Un poco más adelante, en la misma calle, pasamos por delante
de las galerías Burlington Arcade. Ya estaban cerradas, así que sólo pudimos entrever sus
lujosos escaparates a través de la verja.
Lo siguiente que nos encontramos fueron las galerías Fortnum and Mason. En su fachada estaba el reloj y los dos habitáculos donde se ocultan
las figuras que representan a los dueños de los almacenes, que cada hora en
punto salen para comprobar la calidad de los productos del establecimiento.
No tuvimos la fortuna de pasar por la puerta a un hora exacta, así
que proseguimos nuestro camino hasta Piccadilly Circus, encontrándonos cada vez
más rodeados de una multitud de turistas y londinenses, subidos gran parte de ellos a la
estatua de Eros que preside el centro de la plaza.
De ahí en adelante, la calle peatonal era un hervidero de
personas que habían salido a disfrutar de este magnífico y soleado fin de semana
que comenzaba. Buscamos un sitio para tomar una cena frugal en un bar cercano,
nos hicimos un par de fotos delante de los famosos anuncios, y pusimos fin a
nuestro día de turismo.
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